El fantasma de Canterville

Contrariando cualquier recomendación, inclusive la del propio señor Canterville, el señor Otis, embajador de Estados Unidos en Inglaterra, está decidido a comprar el castillo. El dueño, que no podía sino ser honesto, le advirtió que en el castillo habitaba un fantasma y que el asunto había causado graves daños en su familia desde hacía varios siglos. Si estaba dispuesto a vender el hogar de su antiquísima familia, era justamente porque ya la convivencia con un ser de tal naturaleza, simplemente no era posible. Pero ni al señor Otis ni a su americana familia parece importarle lo más mínimo la existencia de un ser sobrenatural. Así, una vez instalados y habiéndose encontrado cara a cara con el fantasma, tanto el señor Otis como el resto de los miembros de su familia intentarán, de la manera más pragmática posible, solucionar el tema para que la convivencia sea posible. Un fantasma despojado de su horripilancia, sumido en un fracaso y la consecuente crisis existencial. Una familia norteamericana que soluciona todo con productos comprados en dólares, promocionados en revistas y probados por ellos mismos con gran orgullo. El contraste de dos culturas, tejido ingeniosamente por un divertido Oscar Wilde que nunca, en ninguna de sus manifestaciones artísticas, dejó de sorprender por su elocuencia, elegante comedia y agudo colmillo al momento de proclamar la crítica que las costumbres de su época ameritaran. Ilustrado en tono similar, Oski nos presenta un fantasma reducido, angustiado y escuálido, desactualizado de los terrores contemporáneos e insuficiente ante el pragmatismo de una familia apegada al consumo, el márketing y la frivolidad de los tiempos modernos.