Y entonces nos perdimos

En la celebración del equinoccio, Ben, sus amigos y todo el pueblo celebran echando al río miles de farolillos blancos, brillantes, que flotan río a bajo. Es una tradición del lugar, basada en una hermosa canción sobre un hombre que fue llevado, él y su farolillo, por un gran pez que mordió su anzuelo. Se dice que, al final de su viaje, los faroles suben al cielo y se pierden en la Vía Láctea. Esta noche de equinoccio es especial, pues Ben y sus amigos han hecho un pacto: descubrir a dónde van a parar los farolillos, sin volver a casa y sin mirar atrás. Nat, el hijo de lxs mejores amigxs de sus padres, no ha hecho el pacto con ellos, pero igualmente los sigue a cierta distancia. Quizá también quiera averiguar a dónde van a parar los farolillos. Pero llegados a cierto punto, uno a uno los amigos de Ben desisten de la aventura, y Ben queda solo en el puente, decidido a ir. Bueno, solo no. Nat se ha quedado y está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Este libro de aventura supera de principio a fin cualquier expectativa que se pueda tener con libros de su clase. Cada capítulo cobra más fuerza que el anterior, y su aparente inocencia gráfica da sorpresas de página en página explotando con brutal expresividad y fuego. Cargados de distintas atmósferas, Ryan Andrews va develando en estos capítulos imaginarios cada vez más amplios y llenos de sentido que afirman lo que puede ser una historia milenaria: dos amigos en busca de aventura ponen a prueba su valor y su afecto. Sí. Pero cómo, dónde y por qué, es toda la magia de estas viñetas y su alucinante historia llena de cosmos y fantasía.